viernes, 11 de octubre de 2013

La Tienda




Un trece de mayo a las once de la noche, Cástulo y Roberto caminaban rumbo a su casa, por el camino principal. Entre bromas acortaban la distancia que los separaba de su hogar.
- Como se me antoja un cigarrito- Comento Roberto- Pa'l frio, Mano.
- Y otra cervecita, Pa'l calor ¿No?- Se rio Cástulo
Por aquel entonces, no encontrabas tiendas abiertas a esas horas, en ninguna parte del pueblo, tampoco es que hubiera muchas tiendas , en realidad apenas y habría unas cuatro cuando mucho. Por eso cuando Roberto señalo un ligero resplandor, a unos cien metros de distancia, ambos se sorprendieron.
- ¿Desde cuándo hay gente ahí, Tu?- Interrogo Cástulo.
-No sé, nadie vivía por allí.- a sus espaldas escucharon un llamado y al voltear , reconocieron aun en la oscuridad a Hilario, vecino y amigo de toda la vida.- ¡Espérenme, muchachos!- Cástulo, dijo.- En lo que llega el Hilario , voy a echar un ojo, quien quita y es un tiendita.
-¿Tiendita? pos si en la mañana no estaba y ¿quien pondría una tienda acá, si esta tan solo?
- Nada pierdo con asomarme. Total, si no es, no es y ya.- Insistió Cástulo y se encamino hacia el resplandor.- Si es tienda, nos echamos otra cerveza y unos cigarros. Yo invito.- Prometió alegre mientras se alejaba. Roberto sintió como el miedo, aleteaba alrededor de su cabeza como paloma panteonera, pero ¿Que podía pasar? estaban a solo unos metros de distancia e Hilario estaba llegando junto a él. Se saludaron y escucharon a Cástulo decir
- Muchachos, si es tienda. Vengan, yo los invito.

Cástulo observo extrañado la entrada de la tienda, no podía decirse que fuera nueva, tenía una puerta doble, cuyas hojas de madera lucían ya agrietadas por el tiempo y la pintura azul que la adornaba, mostraba los estragos causados por la intemperie, los goznes se veían oxidados y los muebles y la estantería, parecían querer derrumbarse de viejos. al acercarse, noto que  las medidas interiores no parecían concordar con el exterior, la tienda por dentro era muy amplia y larga y parecía contener todas las mercancías que en el mundo pudieran existir. Fascinado, dirigió la vista nuevamente al exterior y observo solo la puerta de entrada de unos dos metros de ancho y a sus costados la roca solida de la peña que el conocía, una duda lo asalto antes de dar el paso que lo llevaría definitivamente al interior, pero tomo aire y como quien se lanza de clavado en el agua, se sumergió en ese mundo nuevo y diferente.
Roberto e Hilario, vieron como tras unos segundos de examinar la tienda, Cástulo se sumergió en esa tenue luz que al bañarlo le dio una coloración verdosa, un tanto sobrenatural y desapareció en el interior. Hilario sorprendido exclamo- ¿Tienda? ¿Cual tienda?
- Pos esa, en la que se metió.
- Ahí no hay nada de tienda, ahí esta la peña de piedra, acabo de pasar como a las cinco de la tarde, ni modo que de entonces a ahorita hayan abierto una tienda.
- Pos igual y nos está haciendo la broma y ya ni cigarro, ni cerveza.
- Ah, no. Entonces, que si haya tienda, por favor.- Riendo, se encaminaron lentamente, para encontrarse con Cástulo, a unos  veinte metros de distancia, pudieron vislumbrar los primeros detalles de la tienda.
- ¡Caray, pos me trago mis palabras!.Exclamo Hilario.- Si hay una tienda y yo pase y seguro no la vi. ¿Como quebrarían las piedras tan rápido?- Se pregunto, mientras se rascaba la cabeza. - Hace años que quieren tumbar la peña, tu.
- Te digo que esta raro. A mí ya me está dando cosa.- Avanzaron unos cuantos pasos más solo para atestiguar como desaparecía la tienda. Ante sus ojos. La puerta cerro sus hojas, llevándose la extraña luz conforme se cerraba y el sonido que produjo al azotar, fue como un trueno y ya en la oscuridad, pareció que el aire que estaba alrededor de la tienda se remolineara como las ondas que se forman en el agua, al lanzar una piedra en ellas. Ambos amigos se sacudieron por efecto de ese fenómeno y a duras penas consiguieron mantenerse en pie.
- ¿Que fue eso?- Preguntaba azorado Roberto a Hilario, quien con la misma cara de sorpresa, solo atino a mover la cabeza en señal de ignorancia. Por un momento se mantuvieron inmóviles, pero al grito de -¡Mi hermanooo!- Proferido por Roberto, salieron corriendo, solo para encontrarse de frente a las solidas rocas, por ellos conocidas de toda la vida. Desesperados palpaban las rocas intentando encontrar algún indicio de esa puerta que solo instantes antes desapareciera. Roberto, retrocedió caminando de espaldas y poniéndose en cuclillas, se sujetaba la cabeza con ambas manos repitiendo una y otra vez.- No entiendo, no entiendo. ¿Qué le voy a decir a mi cuñada? y ¿A mis padres? ¿Quién me va a creer? ¡Carajo!.

martes, 8 de octubre de 2013

La Maestra Y El Muñeco

Era un chavo como de dieciocho años, blanco, delgado, con andar muy "Meneadito". El Piteco llamo mi atención hacia el.
- Mire mai. ¿Cómo ve a ese wey?
- Pues muy amanerado. ¿No?
- Uuuy y no lo conoció hace unos años, desde chavito era muy delicadito y siempre se juntaba con las chavas y hablaba bien chiqueado, el wey.
- Putillo desde chiquillo- Sentencie.
-Así parecía, pero déjeme le cuento una historia. ¿Conoce a la Elena? La gorda que pasa con unos chavitos bien mugrosos y ella también.
- Si, la conozco.

- Pues cuando esa vieja cumplió quince años, se puso chingona y embarco a sus maestros de la secundaria como padrinos, que de ultimo juguete, que de cojín (De cojín queríamos ser todos, ja , ja ,ja) que de copas y el día de la fiesta, llegaron un chingo de maestros, que si con la esposa , que si con el marido, que si con la amiga, pero una llego sola, ya estaba rucona, como de unos treinta y tantos. Traía puesto un vestido como plateado, de esos de fiesta como con holanes y se veía muy buena, luego, luego se fue a sentar con los demás maestros, allá muy apartaditos de la chusma y si invitábamos a alguna de esas viejas a bailar, no querían y hasta te ignoraban las mamonas, pero esta vieja empezó a chupar y cuando la invitaban salía a bailar y entre vuelta y vuelta y chupe y chupe... Acabo bien peda y ni modo de que la cuidara la quinceañera, que la meten a acostar y que le mandan al Muñeco, pa’ que la cuide. Yo estaba con el Manotas y dijimos "Ni tan pendejos, le pusieron al único que no se la coge" Ese wey también era alumno de esa vieja y toda la noche había andado con otros dos weyes de su edad, revoloteando como pendejos, a ver que se les ofrecía a los pinches maestritos.

linkwithin

Related Posts with Thumbnails